Fortuna

 







"[…]...tan chiquitito aprendiendo el deseo de ver el mundo desde los ojos de a quien se ama




pensé :


qué forma adoptarán las calles cuando las mires, las personas


desde qué colores del espectro ordenas la luz que llega a tu vida


cómo la recuerdas cuando el mundo se oscurece


y toca conjurar la claridad de otros momentos




y, ¿qué lugar yo en tus ojos…?[...]"




Existe una galaxia de forma simultánea a esta que aún habitamos -aunque hayamos dejado de existir, nosotros, también en sus confines-; allí respiran aún, jóvenes, nuestros cuerpos.


Tú estás en tu habitación, proteges tus oídos pulcramente con tapones, ejercitas el don de la constancia, afilas el perfil prodigioso de la memoria. Del otro lado de la pared junto a la que descansas, se erige mi cuarto. Allí, metódico en mis coordenadas, trato de reducir la inmensidad del caos que me atraviesa. Y basta saber presente al otro para que la calma haga acto de presencia en la batalla que cada uno de los dos está librando.


Se ciernen la noche, el frío, el silencio sobre el apartamento que nos da cobijo.


Desde fuera, sus ladrillos anaranjados parecen reducirse, también los perfiles de aluminio de las ventanas tras las que dormimos. Puedo ver, de repente, el bloque entero empequeñeciéndose; a la vista aquellos que lo rodean, a la vista las colmenas de viviendas arropadas por la madrugada. Veo las antenas de televisión, el cielo añil sobre el que se perfila el vecindario. Y lo entiendo entonces, no se ha hecho más pequeño: se aleja.


Brillan, aún distinguibles, las ventanas del piso en la calle Fortuna por última vez, antes de que la inmensidad del espacio las absorba, haciéndolas alejarse hasta volverse primero minúsculas, luego invisibles para siempre.


Pienso a veces en cómo las historias, al ser escritas, se salvan de algún modo de desaparecer, adquiriendo la errática naturaleza de los mensajes que circulan para siempre la inmensidad de los océanos resguardados en botellas de vidrio. No es la esperanza de su salvación lo que motiva a quien escribe a lanzarlos a la inclemencia de las aguas, siquiera la promesa de que serán encontrados, comprendidos y celebrados. Resta la certeza, por el contrario, de guardar una última imagen de ellos vivos, ciertos, incontestables en su existencia.



El dolor de desaparecer es la única prueba irrefutable de que existimos.



https://www.youtube.com/watch?v=G4RJboN3q8c&ab_channel=FullTimeHobby

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