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Mirar desde dentro a dónde voy. Encontrar mi reflejo sobre el cristal que separa la nave de mi cuerpo del vacío imprevisible que hay fuera,
ahí estoy:
circunnavegando lo que integre la realidad
si esta existe.
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Con qué convicción camino.
Cierto el nombre de la contingencia, incierto su precio. Quién lo paga.
Quién abona el recibo del azar cuando se hace efectivo y hay que afrontarlo.
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La incertidumbre como principio vital definitorio.
Ninguno de los cuartos que habité estuvo a salvo del pinzamiento de la falta de sentido.
No desconoció el impulso de superar la tormenta la piel que en cada momento me contuvo.
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La luz blanca sobre los brazos, el vals de la pérdida, el horizonte naciente de los días, la velocidad, las letras, los ojos, los amigos, el pecho partiéndose cual vidrio alcanzado por la sucesión vertiginosa de los amaneceres, la admiración a la belleza dolorosa de los rostros
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Me pregunto
es dibujar lo mismo que trazar con los dedos un contorno
es figurarse lo hermoso
lo mismo
que profesar su privilegio
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Camino sosteniendo entre los dedos flores resignadas para quienes no están, aunque vivan,
hoy ya en lugares
que mis manos no alcanzan...
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(Ser un baúl viejo, noble
capaz de proveer de hallazgos a quien sienta el impulso de abrirlo)
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La voz grave y los ojos tenues.
El cuerpo no entiende, al fin, del frágil imperativo de las palabras y se pliega
o quizá,
lo débil del relato
determine su caducidad
Ahí la delicadeza de la piel
el carácter maleable del cerebro
la realidad de las heridas.
Nunca pilar, ni minarete
nunca mármol solemne soportando imperturbable las tormentas.
Yo, voz contingente, trémula,
enunciando la sola certeza de mi finitud.
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