Cuando volví a casa
Cuando volví a casa pasé mucho, mucho tiempo en la esquina de mi cama extrañadísimo ante el mundo la arbitrariedad de los hechos la absurdez del camino y no entendía, y todas las noches me obligaba a pensar
en algún momento todo tendrá sentido, en algún momento mirar hacia atrás será ver las calles y los años encajando y habrá una calle con el nombre del perdón y entenderé el lenguaje cuando vea el letrero
pero muy, muy difícil cuadrar el puzle desastroso que a uno le mira sarcástico y desafiante, como sabiéndose irresoluble y que uno no podrá juntar las piezas mirándolo desde fuera y ordenar al fin la imagen, la escena que dijese que iba a ser siempre al final el tiempo y la perspectiva quienes trajesen las claves, que dijese que uno no rompió la trayectoria sin antes calibrar el temblor en las rodillas, y que al mirar hacia atrás caería al fin la ficha
pero no
porque no puede mirarse al puzle desde fuera, sin contar con el temblor y la valía de las manos
no, porque el camino no sirve si no pueden transitarlo los pies propios
ni existe el sentido más allá de la humana contingencia de quien narra
no,
porque volver a casa no fue nunca un error, fue necesario
y dejar la ciudad fue destrozar el tablero y no la carta de armisticio
y huir para cuidar la inocencia de los ojos fue el dolor y fue el grito de auxilio porque también era yo el muchacho que volaba todo el día y tardaba demasiado en concentrarse y amaba con locura la luz cayendo aleatoria sobre escaleras de piedra y las hojas muertas planeando como medusas hasta posarse en el cálido regazo del asfalto
y era yo quien pensaba en el amor y en el dolor como formas de caer al mismo abismo
y en vivir como pasos tentativos ignorando la voz de los puentes el canto del acantilado pensando con calma y descansando la cabeza porque si no era imposible que nada floreciese en uno con el paso de las tardes
y en la belleza como perspectiva con que afrontar el bloque de hormigón de los días y también como semilla que lo llenase de flores al llegarle la luz de la mirada
era yo y la mente tan frágil y el cuerpo tan igual a la mente y tan hostil el entorno sin las lentes serenas de la niñez que a uno le lleva a levantar las piedras sin saber si habrá debajo huesos o agua o lombrices y el saber que no, que no se sabe y aún así avanzar porque el día no espera y las luces se escapan si no existen los ojos que las busquen y se asombren ante el hecho aleatorio de los rayos que logran romper la advertencia vetusta de las nubes y adentrarse hacia el loco vacío del cielo
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ResponderEliminarPues seguiremos en la esquina de la cama esperando a leer todo lo que decidas escribir.
ResponderEliminarGracias Santi.
Siempre hay un lugar para ti, donde me toque estar. Gracias, siempre.
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